Masía San Antonio de Poyo. Sí, de Poyo. Reconozco que cuanto menos, es un nombre peculiar. Hubo un momento, hace ya unos años, en que se pensó quitar lo de “Poyo”, dejarlo como Masía San Antonio. Pensamos que era un nombre más fino y elegante para vender bodas, pero la gente  sólo se quedaba con lo de Poyo: ni Masía, ni San Antonio, ni patio, ni Loriguilla, ni Ribarroja… Es más, hasta hay gente que dice: “¿es en el Poyo la boda?”. Ni una estrategia de marketing del más alto nivel hubiera funcionado mejor. Nos dimos cuenta que no se puede ir a contra corriente y que hay palabras que no se olvidan, y “Poyo”, debe ser una de ellas. “Poyo” es realmente una rambla, un curso de agua estacional que desemboca en la Albufera de Valencia.

A mí personalmente me encanta la Masía. Llevamos muchos años trabajando allí, pero no solo nos une la faceta profesional, también la personal. Muchos recuerdos de la infancia de mi madre están entre sus paredes y sus jardines: los baños en la balsa, la recogida de caracoles para hacer caracolada con los caseros, los paseos a la venta del Poyo, la procesión de San Antonio (con teja y todo!), las siestas obligadas hasta las cinco de la tarde, las excursiones al refugio por la noche con velas y todos muertos de miedo, las misas de los domingos…

Me gustan mucho las bodas celebradas allí: por su versatilidad -una boda puede ser muy distinta a otra allí también celebrada-, porque hay muchos espacios -no parece un salón de banquetes típico-,  porque se puede entrar en la casa, es más, siempre se atraviesa cuando se pasa del patio al jardín,  porque se puede hacer el baile en el jardín sin problemas de vecinos… Y, porque aunque suene a tópico, es un sitio muy muy especial para cualquier celebración.

He recopilado algunas fotos en las que se aprecia la Masía en su estado más puro, sus símbolos y sus rincones sin ornamentos  ni decoración, porque para todo eso, habrá tiempo…