Voto sí a la tarta de novios en las bodas. Sí, con matizaciones. No es necesario que la tarta salga del subsuelo de un salón, ni que haya humo ambientando el momento, ni bengalas, ni el súper sable, ni el beso de los novios con la tarta en la boca… eso no es nada favorecedor. Es mi humilde opinión; no obstante, lo importante es que cada uno haga lo que le de la gana el día de su boda.
Como en todo, en las tartas ha habido evolución. Primero estaba la típica tarta nupcial, ese «pastelón” de merengue, bizcocho húmedo, nata y almendras, que dicho sea de paso, está de muerte. Lo que pasaba es que era igual en todas las bodas, en absolutamente todas, y al final, todo cansa por repetición. Ese pastel se porcionaba por los camareros en el momento, de forma rápida y con sus lógicas imperfecciones (unos trozos más grandes, otros más pequeños…). Entonces llegó la revolución de los postres individuales, emplatados en cocina, de piezas perfectas, todas iguales, con el chocolate cubriendo cada esquina… y además, con opciones muy diferentes. Que si un coulant (todavía recuerdo el primero que probé), que si un milhojas, que si unas torrijas… Atrás quedaba la leyenda de un solo postre. Y así, con tanta novedad se fue perdiendo la costumbre de cortar la tarta de los novios. Fueron unos años, unos cuantos, hasta que apareció la salvación: las tartas de glasa (fondant) blancas, impolutas y que da pena cortarlas, decoradas de mil maneras: con lazos, cupcakes, flores, ideales muñecos de papel- cartón que entregan los novios a sus hermanos o amigos próximos…
¿Dónde estamos ahora? las nuevas tartas de novios, aunque se mantienen las de fondant, llegan más caseras, de bizcocho, nata, con frutas, mermelada, mucha flor… pero más pequeñas, incluso dos pequeñas juntas! Y es que lo de la tarta da mucho juego, rompe un poco la cena y nos sitúa en el momento, avisándonos que la fiesta está al caer!
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